LA BATALLA ENTRE LA LUZ Y LAS SOMBRAS:, Ángeles y Demonios

Ángeles y demonios
aporte de
Loc_Nohr loscreditos son de el


PREFACIO: Historia sobre los ángeles caídos o demonios.


Imagen IPB

Antes de admitir a los Angeles a la visión plena de Su Gloria (Visión Beatífica), Dios los sometió a una prueba, al igual que el hombre tuvo su prueba.
La naturaleza de la prueba no se conoce con certeza, pero muchos teólogos sostienen que el Padre Eterno reveló a los Angeles la futura Encarnación de Su Divino Hijo, y les hizo saber que al Dios-hecho-Hombre deberían rendir adoración.
Luzbel, uno de los más gloriosos, elevados y bellos Angeles de la Corte Celestial, deslumbrado y ofuscado por el orgullo, habiéndose atribuido a sí mismo los maravillosos dones con que el Creador lo había dotado, se rebeló contra Dios, no aceptó el supremo dominio del Señor y se constituyó así en el “adversario” de su Creador levantando su gran grito de rebelión y de batalla: “No serviré” (Jer. 2, 20). “Seré igual al Altísimo” (Is. 14, 14). Muchos Angeles le siguieron en su orgullo. Se dice que hasta un tercio de ellos (ver Ap. 12, 4) . Pero en ese momento otro gran Arcángel, igual en belleza y gracia que el arrogante Lucifer, se postró ante el Trono de Dios y, en un acto de adoración profunda, opuso al grito de batalla de Lucifer uno de amor y lealtad: “¿Quién como Dios?” (“Miguel”).
Y es así como San Miguel Arcángel obtuvo su nombre con su grito de fidelidad, y es así como Luzbel se constituyó él mismo en Lucifer, “Satanás” (“adversario”), el Enemigo, el Diablo. A éste se han aplicado las palabras del Profeta Isaías: “¿Cómo caíste desde el Cielo, estrella brillante, hijo de la Aurora? ¿Cómo tú, el vencedor de las naciones, has sido derribado por tierra? En tu corazón decías: ‘Subiré hasta el Cielo, y levantaré mi trono encima de las estrellas de Dios … subiré a la cumbre de las nubes, seré igual al Altísimo’ Mas ¡ay! has caído en las honduras del abismo.” (Is.14, 12-15). (Según los exégetas estas palabras son una parábola alusiva directamente al Rey de Babilonia e indirectamente a Satanás, cuyo espíritu y acciones se reflejaban en la conducta del Rey)
La conclusión de esta batalla entre los Angeles Buenos y los ángeles malos se encuentra en el Apocalipsis (12, 7-10): “En ese momento empezó una batalla en el Cielo: Miguel y sus Angeles combatieron contra el Monstruo. El Monstruo se defendía apoyado por sus ángeles, pero no pudieron resistir, y ya no hubo lugar para ellos en el Cielo. Echaron, pues, al enorme Monstruo, a la Serpiente antigua, al Diablo o Satanás, como lo llaman, al seductor del mundo entero, lo echaron a la tierra y a sus ángeles con él”.
Dice San Pedro: “Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que los encerró en cavernas tenebrosas, arrojándolos al Infierno” (2a. Pe. 2, 4). “No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los seres humanos después de la muerte” (San Juan Damasceno). Y el Catecismo nos dice que no fue por un defecto de la Misericordia Divina que el pecado de los ángeles caídos no fuera perdonado, sino debido al carácter irrevocable de su elección.



En el principio, cuando nada estaba creado, surgió la luz y se diferenció de la oscuridad dando nacimiento a dos mundos de características opuestas e irreconciliables. La luz se convirtió en la manifestación del bien y dio lugar a los ángeles. La oscuridad supuso la emanación del mal y en ella prosperaron los demonios. Luz y oscuridad, ángeles y demonios se enfrentan desde el origen de los tiempos en una lucha sin cuartel que todavía continúa. Según narra la Biblia en el Génesis, el primer día de la creación Dios dijo: “¡Hágase la luz!”.

Y la luz se hizo. Como Dios vio que la luz era buena, estableció una división entre la luz y la oscuridad y llamó a la primera “día” y a la segunda “noche”. Contado así, se reconocen unos matices que caracterizarán ya para siempre ambos mundos. Por ejemplo, se dice que la luz era buena y por eso Dios la separó de la oscuridad. Aunque no esté explícitamente formulado, se deduce que la oscuridad es mala. Así quedan establecidos, desde el origen de la creación, los dos campos opuestos que, poco a poco, se irán cargando con sus exclusivos significados. La luz será símbolo de nacimiento y vida, de calor y conocimiento, de elevación espiritual, de seres relacionados con la Divinidad y con las alturas celestiales. Por el contrario, la oscuridad representará la degeneración y la muerte, el frío y la destrucción, las bajas pasiones, la oposición sediciosa a la Divinidad y los abismos infernales del inframundo. Surgirán los ángeles (MÁS ALLÁ, 64, 81, 148, 157, 178 y 188), seres benéficos hechos de espíritu y fulgor, que se dispersarán por los cielos y la Tierra para cumplir las órdenes de Dios formando el ejército de “los buenos”, al que se sumarán otras entidades solares y luminosas procedentes de diferentes épocas y culturas, como las hadas y los elfos. También aparecerán los demonios, espíritus maléficos que viven en las tinieblas del abismo y que se ocupan de entorpecer las obras de Dios. Constituyen el ejército de “los malos”, y también se unirán a él otros seres malévolos, como las brujas y los genios de la oscuridad. Así se establecieron los dos bandos enfrentados en una lucha que se inició en tiempos inmemoriales y cuyo fin no se vislumbra. En tiempos modernos, numerosas novelas han utilizado la ficción para plantear esta eterna disputa entre la luz y la oscuridad, como la trilogía El señor de los anillos, de Tolkien. Para quienes, con independencia de sus ideas religiosas, creen en la existencia del bien y el mal como dos grandes fuerzas opuestas, el resultado de esta lucha es fundamental, ya que lo que está en juego es el sentido del mundo y el destino del ser humano. Y, según afirman todas las tradiciones, al común de los mortales nos interesa que ganen “los buenos”.
LA CREACIÓN DE LOS ÁNGELES
Pero… ¿qué es un ángel? Dado que son nuestros aliados y constituyen los guerreros más poderosos de los ejércitos de la luz, resulta fundamental conocerlos. Los textos antiguos presentan a los ángeles como seres mediadores entre Dios y los hombres. Son entidades puramente espirituales y carentes de materia, poseedoras de cuerpos etéreos que, eso sí, pueden adoptar la apariencia que mejor se les acomode. Para las tres religiones llamadas “del Libro” (la judía, la cristiana y la islámica) no hay duda de que los ángeles existen y de que son criaturas del Señor, creadas por Él como servidores que intervienen en el mundo cumpliendo sus instrucciones. Judíos y cristianos tienen, además, la común creencia de que los ángeles son “hijos de Dios”. Se trata, incuestionablemente, de seres de la luz, soldados que forman los ejércitos del bien. Su vínculo con el Creador se refuerza por el significado de su nombre, ya que, según el angeólogo Malcolm Godwin, la palabra “ángel” procede del hebreo mal’akh, término que antiguamente se interpretaba como “la cara oculta de Dios”. Con posterioridad, pasó a significar “mensajero”. Los ángeles aparecen con profusión en los textos de la Biblia cumpliendo infinidad de tareas como ayudantes de Dios. Por ejemplo, en Génesis 28:12 Jacob sueña con una escalera que une el cielo y la Tierra por la que suben y bajan los ángeles conectando el arriba con el abajo. En Mateo 2:13, un “ángel del Señor” se aparece en sueños a José para indicarle que coja a María y al Niño y huya
con ellos a Egipto para escapar de la persecución de Herodes.
En Lucas 1:26-37, un ángel, concretamente el arcángel Gabriel, se aparece a la Virgen María para anunciarle que dará a luz un hijo a quien pondrá por nombre Jesús. Los ángeles, pues, abundan en los textos sagrados. Por lo que cuenta Daniel, en sus visiones contempló millones de ángeles (Daniel 7:10). Sin embargo, no existe en la Biblia una sola línea que explique cómo y cuándo fueron creados los ángeles. Para sacar alguna conclusión hay que remitirse al Talmud judío y a las interpretaciones rabínicas de la Mishná, además de adentrarse en las escrituras no canónicas, como el Libro de Enoch y los textos de la Cábala, como El Zohar y el Sefer Yetzirah o Libro de la Formación. Aun así, las conclusiones a las que se llega sobre este importante asunto son confusas. Para unos, los ángeles aparecieron el cuarto día formando parte de las luminarias del cielo creadas por Dios en esa jornada. Otros estudiosos creen, sin embargo, que fue durante el segundo día cuando Dios creó el cielo separado de las aguas y que en esa morada celeste colocó a los ángeles. También hay quien defiende que los ángeles fueron creados el quinto día junto con las criaturas volátiles que pueblan el aire. Puede, incluso, que estas opiniones no sean excluyentes y que, dado su enorme número y los distintos tipos de ángeles que presuntamente hay, Dios los creara durante esos tres días.
LA CREACIÓN DE LOS ÁNGELES
Si su origen es dudoso, no lo son en absoluto los diferentes tipos de ángeles existentes y el orden jerárquico que estructura sus fuerzas. De explicar cuáles son las categorías angélicas se ocupó Dionisio Areopagita, un teólogo bizantino del siglo V que utilizó ese nombre como pseudónimo. En su tratado sobre la jerarquía celestial ordena la tipología de los distintos ángeles y forma tríadas de coros que se disponen en torno al Señor para cantar sus alabanzas. En total suman nueve categorías organizadas de la siguiente forma:
TRÍADA SUPERIOR
Coro primero: serafines.
Coro segundo: querubines.
Coro tercero: tronos.
TRÍADA INTERMEDIA
Coro cuarto: dominaciones.
Coro quinto: virtudes.
Coro sexto: potestades.
TRÍADA INFERIOR
Coro séptimo: principados.
Coro octavo: arcángeles.
Coro noveno: ángeles.
Los miembros de cada categoría son numerosos y solo se conocen los nombres individuales de algunos ángeles que alcanzaron fama por algún motivo. En el coro de los arcángeles están los nombres más conocidos, como Miguel, Gabriel y Rafael. Y, por supuesto, los ángeles no se dedican exclusivamente a cantar himnos al Señor. Dada la cantidad de tareas que exige el manejo del Universo y teniendo en cuenta el permanente activismo de las fuerzas del mal, los ejércitos angélicos han estado muy ocupados en todas las épocas. Y lo siguen estando. Sus responsabilidades son variadas en función de los autores que consultemos. Simplificando –y en rasgos muy generales–, diré que los serafines se ocupan del correcto movimiento de los cielos y los querubines, de la luz y las estrellas. Los tronos, según algunos investigadores, tienen forma de rueda y su tarea es el transporte. Las dominaciones se ocupan de organizar la correcta actuación de las dos categorías que dependen de ellos: las virtudes, que son los encargados de hacer los milagros, y los poderes o potestades, que atienden a las almas extraviadas cuando abandonan el cuerpo al morir. La última tríada reúne las categorías de ángeles más próximos a la Tierra y que más contacto tienen con los seres humanos. Los principados, a quienes algunos autores llaman “ángeles integradores”, se ocupan de dar protección a los países y a las ciudades, procurando que prosperen todas las organizaciones que reúnen a grandes colectivos. Los arcángeles forman un gremio especial, con tareas propias para cada uno de ellos, además de dirigir el último grupo de la jerarquía: los ángeles, las entidades más cercanas a los hombres y llamadas, por eso, guardianes o ángeles de la guarda.
¿DE DÓNDE SALEN LOS DEMONIOS?
En la Biblia tampoco hay mucha información sobre el origen de los demonios.
Lo que sí está claro es que, cumplidos los siete días de la creación y terminada la obra de Dios, todo era luz y ningún espíritu de la oscuridad enturbiaba el Paraíso. Solo había ángeles. ¿Qué ocurrió? En los textos quedan los vagos ecos de una batalla entre los ángeles, de una afrenta contra el Creador y de una rebelión celeste por parte de un grupo de espíritus descontentos. En Génesis 6:1-2 se lee: “Cuando los hombres empezaron a multiplicarse en la Tierra y les nacieron hijas, los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres estaban bien y tomaron para sí las que más les gustaban”. Los “hijos de Dios”, es decir, los ángeles, tomaron para sí a las hijas de los hombres, haciéndolas sus esposas. Y a Yahvé eso no le gustó nada, ya que decidió de inmediato reducir la duración de la vida humana a 120 años, además de provocar el Diluvio Universal para que las aguas terminaran con aquella abominación de la carne. Importante castigo. A la violencia de las aguas solo sobrevivió Noé con su familia. Y, en cuanto a la longevidad, hay que tener en cuenta que en la etapa previa al Diluvio los humanos superaban los 900 años de edad. Matusalén, por ejemplo, cumplió 969. Hay que ir al Libro de Enoch, conocido también como Libro de los guardianes, para saber los detalles de esta rebelión, organizada precisamente por los vigilantes o ángeles guardianes. Ocurrió en tiempos de Jared, cuando ya habían pasado siete generaciones desde Adán y Eva. Cuenta Enoch que 200 ángeles guardianes, atraídos por la concupiscencia y por la carne que veían en los cuerpos hermosos de las humanas, abandonaron sus obligaciones para aparearse con ellas. De esa cópula imposible y antinatural entre el espíritu y la materia nacieron los nefilims, unas criaturas gigantescas y terroríficas que practicaban la antropofagia, el canibalismo y el vampirismo. Según aclara el apócrifo La vida de Adány Eva, la rebelión se amplió cuando el arcángel Miguel, siguiendo instrucciones del Creador, exigió a todos los ángeles que prestaran obediencia al hombre. Un gran número de ángeles se negó a hacerlo. Voces tan cualificadas como las del evangelista Juan y la de Santo Tomás de Aquino afirman que una tercera parte de todas las jerarquías angélicas se sumó a la sublevación. Así empezó la gran batalla entre el bien y el mal y así surgieron los demonios, que no son otra cosa que los ángeles caídos y su descendencia. Lo advierte Enoch en su libro: “Y ahora los gigantes que han nacido de los espíritus y de la carne serán llamados en la Tierra `espíritus malignos´ y sobre la Tierra estará su morada”.
El Diluvio terminó, efectivamente, con sus cuerpos, pero sus espíritus sobrevivieron. En ese primer enfrentamiento masivo entre la luz y la oscuridad se distinguieron algunos de los ángeles rebeldes. Por ejemplo, Shemihaza, cabecilla de los 200 guardianes sublevados. Bajo su mando, al frente de una escuadra, estaba Azazel, demonio citado en el Levítico. También destacaron ciertos ángeles de la luz. Sobre todo, los arcángeles. Siguiendo las órdenes del Creador, Miguel anunció a Shemihaza que perecerían todos los rebeldes que se habían unido con mujeres, al igual que su descendencia. Y Rafael encadenó a Azazel de pies y manos y lo arrojó a las tinieblas, y sobre él echó “piedras ásperas y cortantes”. Y Gabriel hizodesaparecer a los hijos de los vigilantes enfrentándolos en una “guerra de destrucción”. En cualquier caso, los espíritus de los demonios quedaron esparcidos por la Tierra y el mundo se dividió entre la luz y la oscuridad.

Imagen IPB
CLASES DE DEMONIOS
Los demonios son numerosos. En 1568 el demonólogo y escritor protestante Jean Wier los tenía ya perfectamente numerados y catalogados. Existían 72 príncipes y 7.405.926 diablos, que se organizaban en 1.111 legiones compuestas cada una por 6.666 abortos del infierno. “Salvo error de cálculo”, indica prudentemente el erudito. A lo largo de la Edad Media y del Renacimiento se hicieron muchas y meditadas clasificaciones de los espíritus diabólicos. Una de ellas, realizada en el siglo XVI, corresponde al demonólogo y padre jesuita Martín del Río, que distinguió seis tipos con estas características:
1. Demonios ígneos: ocupan las capas más altas de la atmósfera y se interesan poco por lo que ocurre en la Tierra.
2. Demonios aéreos: planean en el aire y aterrizan con frecuencia. Abundan, por lo que suelen ser los más invocados por los magos y los brujos. Son de talante colérico y les encanta provocar terribles tormentas sin el anuncio previo de nubes.
3. Demonios terrestres: viven en la tierra y se dividen, a su vez, en tres subgéneros.
Demonios de los bosques: atormentan a los cazadores y, si son íncubos, violan a las doncellas que se internan entre los árboles.
Demonios de los campos: destruyen las cosechas y los pastos que nutren al ganado.
Demonios urbanos: se instalan en las ciudades y salen casi siempre por la noche para tentar a los humanos.
4. Demonios acuáticos: viven tanto en el mar como en el agua dulce de los ríos y los lagos. Son numerosos en la Costa de la Muerte de Galicia (España) y en los litorales de Irlanda, Escocia y Bretaña. Cuando se hacen visibles suelen tomar la apariencia de mujeres hermosas, como ninfas, náyades y sirenas.
5. Demonios subterráneos: infestan el interior de la Tierra y agreden a quien excava o transita por galerías subterráneas, como los mineros. Manejan a su antojo las fuerzas telúricas de los volcanes y las aguas subterráneas.
6. Demonios lucífugos: es el último género y resulta el más tenebroso. Pertenecen hasta tal punto al mundo de la oscuridad que mueren si les da la luz, de forma que son necesariamente fotofóbicos. De hábitos nocturnos, cuando sale el Sol se ocultan en sótanos y lugares cerrados donde la luz no puede entrar. Están emparentados, obviamente, con los vampiros. Es prácticamente imposible que el ojo humano los capte, pero los búhos, las lechuzas y los gatos los ven con facilidad.
MATAR AL DRAGÓN
La tipología de los ángeles y los demonios descrita no es, por supuesto, exhaustiva, pero da una idea de cómo son los ejércitos enfrentados del bien y el mal. Una primera y fundamental batalla de su guerra sin fin, con el hombre como premio, se dio en el Paraíso. Un demonio con forma de serpiente tentó a Eva para que comiera el fruto del árbol del bien y el mal. También lo comió Adán, saltándose ambos la prohibición divina. Gran victoria de ese demonio sinuoso, que logró la expulsión de Adán y Eva del Paraíso. Para los judíos escritores del Talmud, se trata de Samael, nombre con el que designaba al mismísimo Satán y que, en hebreo,gnifica “Veneno
de Dios”. En Apocalipsis 12:3-9, San Juan ve un monstruoso dragón con siete cabezas y diez cuernos y lo identifica de inmediato “con aquella antigua serpiente, que se llama Diablo y Satanás”. El dragón será, por tanto, encarnación satánica y combatir contra él se convertirá en el emblema por excelencia de la lucha del bien contra el mal. A lo largo de los siglos se repetirá este combate con distintos protagonistas. El arcángel Miguel, buen guerrero y jefe de las milicias celestiales, será el primer campeón que salte a la palestra para luchar contra la fiera. “Se trabó una batalla grande en el cielo –narra el Apocalipsis–: Miguel y sus ángeles peleaban contra el dragón, y el dragón, con sus ángeles, lidiaba contra él; pero estos fueron los más débiles y después no quedó ya para ellos ningún lugar en el cielo”.
El dragón Satán y sus ángeles fueron arrojados a la Tierra. Otro heroico luchador contra la bestia fue San Jorge. Dice Santiago de la Vorágine en La leyenda dorada que San Jorge fue un tribuno de Capadocia (Turquía) y relata que, en las proximidades de la ciudad de Silca (Libia), se encontró con una joven princesa que iba a ser entregada como alimento a un dragón. Sin arredrarse, el valeroso Jorge montó a caballo y se lanzó contra la bestia, luchando con ella hasta vencerla. Sin embargo, el combate del bien contra el mal es una lucha eterna y el diabólico dragón, símbolo inmortal, reaparece una y otra vez para hacer de las suyas. Uno de los combates más singulares que ha protagonizado la fiera fue el librado por Santa
Margarita. Cuenta la historia de esta santa que, habiendo sido encarcelada por Olibrio, prefecto de Antioquía, suplicó a Dios que le mostrara al Diablo, con el cual, como cristiana, debía medir sus fuerzas. Inmediatamente apareció en la celda un espantoso dragón que, abalanzándose sobre ella con las fauces abiertas, se la zampó. Recién aterrizada en el estómago del monstruo, Margarita se santiguó. Bastó este sagrado signo para que la diabólica criatura reventara, emergiendo de sus entrañas la santa de Antioquía sin haber sufrido daño alguno.
EL ÁNGEL DE LA GUARDA
Entre la innumerable variedad de ángeles que pueblan los cielos y la Tierra hay una categoría importantísima para los seres humanos: los ángeles de la guarda. Recurriendo a la explicación que dio Orígenes en el siglo II, “los cristianos creemos que a cada uno nos designa Dios un ángel para que nos guíe y proteja”. De ellos se habla en el Salmo 91:11: “Porque Él dará a sus propios ángeles un mandato concerniente a ti, para que te guarden en todos tus caminos”. También aparecen en el Evangelio de Mateo cuando, al hablar Jesús de la inocencia de los niños,dice: “Mirad que no despreciéis a alguno de estos pequeñitos: porque os hago saber que sus ángeles en los cielos están siempre viendo la cara de mi Padre celestial”. En resumen, el ángel de la guarda se ocupa de cada ser humano desde que nace hasta que muere, especialmente durante la infancia, sirviéndole de guía y protección. El mejor ejemplo de cómo se comporta un ángel de la guarda aparece en el bíblico Libro de Tobías, texto que ha servido para descubrir esta figura angélica. La historia narra un verdadero viaje iniciático, cargado de símbolos de conocimiento esotérico. Tobías es un joven inocente e inexperto cuyo padre, Tobit, se ha quedado ciego. Necesitado de dinero para atenderle, el joven emprende un largo viaje con objeto de cobrar una deuda en una lejana ciudad de Media. En el camino tendrá un anónimo compañero de viaje, un hombre amable que le acompaña y le aconseja. Un día se instalan a orillas del río Tigris. Cuando Tobías se introduce en las aguas para lavarse, emerge un gran pez que amenaza con devorarlo. Su acompañante lo instruye para que lo atrape y le extraiga el corazón, las agallas y el hígado y que guarde cuidadosamente estos despojos. Así lo hace Tobías y, de regreso en el hogar, siguiendo las instrucciones de su compañero de viaje, unta los ojos de su ciego padre con las agallas y la hiel del pescado. Como era de esperar, Tobit recupera la vista. Al fin, el anónimo acompañante desvela su identidad: “Soy Rafael, uno de los siete santos ángeles que tienen entrada a la gloria del Señor” (Tobías, 12:15). Los ángeles de la guarda siempre despertaron una gran devoción en los fieles. Demasiada, según la Iglesia, que veía peligrosa esa adoración de los creyentes a unos espíritus sospechosamente parecidos a los dioses familiares de los cultos paganos e incluso a los demonios utilizados como genios domésticos, tan de moda en el Renacimiento. Fue el papa Clemente X quien, en el siglo XVII, oficializó definitivamente su culto, fijando su festividad el día 2 de octubre.
LOS SIETE MAGNÍFICOS
En el último tercio del siglo XX el movimiento de la Nueva Era contribuyó de manera importante a la divulgación de la angeología y rescató los antiguos valores de estos seres espirituales en un contexto más amplio de equilibrio entre las fuerzas del bien y el mal… sin olvidar que con frecuencia el enfrentamiento entre ambas se produce en el interior de nosotros mismos. Ángeles hay muchos y todos están dispuestos a servirnos de ayuda, ya que ese fue el encargo que les hizo el Creador. Todos, pues, pueden actuar como ángeles de la guarda en un momento determinado, dependiendo de su especialidad. Los cabalistas establecieron la existencia de 72 ángeles o genios, cada uno de los cuales cuenta con su nombre, sus características y sus poderes específicos. Los estudiosos asignaron a cada figura angélica el valor de un planeta y un signo astrológico, además de asociarlas a unos minerales específicos. Toda una red de correspondencias que implica a la astrología y a los lapidarios farmacológicos. Según los angeólogos, dependiendo del día de nuestro nacimiento, uno de estos 72 genios será en concreto nuestro ángel regente y determinará ciertos aspectos de nuestro carácter. Será un aliado especial, aunque siempre podremos recurrir a cualquier otra figura angélica según cuál sea nuestro problema, ya que hay ángeles especializados en temas de amor, de dinero, de relaciones sociales, de trabajo, etc. En cualquier caso, las entidades angélicas más famosas son los arcángeles, conocidos como Los siete magníficos.
En siete los cifra, efectivamente, la Biblia, aunque solo cite a tres por su nombre: Miguel, Gabriel y Rafael. Los restantes proceden de textos cristianos apócrifos y de la literatura rabínica. Sus nombres varían de una tradición a otra, pero en general se conoce a los cuatro restantes como Sariel, Uriel, Ragüel y Remiel. Dionisio Areopagita dice que los arcángeles son los intercesores más importantes entre Dios y los seres humanos, de manera que tenerlos de nuestra parte es fundamental. Ofreceré un breve perfil de los tres más conocidos para saber en qué asuntos se les puede pedir ayuda:
Arcángel Rafael: basándose en la bíblica historia de Tobías, se le considera el jefe de los ángeles de la guarda y es el gran sanador, como demostró al curar los ojos ciegos de Tobit. A él hay que recurrir para cualquier problema de salud y ante cualquier percance que nos surja estando de viaje. Rige sobre el elemento aire, de manera que controla la furia de los huracanes y las ventiscas. Su día de la semana es el domingo y se corresponde con los signos Géminis, Libra y Acuario.
Arcángel Gabriel: fue quien anunció a María su futura concepción. La tradición le asigna la tarea de custodiar la puerta del Paraíso para que jamás vuelvan a entrar los descendientes de Adán y Eva. Gobierna los buenos sentimientos y ayuda en asuntos concernientes a desengaños amorosos y en todo lo que tiene que ver con los sentimientos afectivos. Su elemento es el agua, su día de la semana, el lunes y se corresponde con los signos Cáncer, Escorpio y Piscis.
Arcángel Miguel: es el jefe del ejército de la luz que luchó contra los ángeles sublevados para arrojarlos del cielo. Nadie como él para ayudar a quien precise fuerza y coraje ante cualquier adversidad y férrea voluntad frente a las tareas penosas. Su elemento es el fuego, de manera que controla incendios y erupciones volcánicas. El día de la semana que le corresponde es el martes y su signo, como no podía ser de otra forma, es Leo.
LA CURIOSIDAD
Para tiempos de crisis como los que corren, nada mejor que pedir la ayuda de Yelahiah, un ángel perteneciente a la categoría de los principados. Tiene la habilidad especial de hacer que los negocios prosperen, se cobren las deudas cuando ya se creía imposible, se produzca un aumento de sueldo en el momento propicio y surja un trabajo adecuado para pagar el plazo de la hipoteca. Además, Yelahiah es generoso con sus dones. Le gustan los colores rojo y naranja y su piedra es el rubí.
QUERUBINES Y SERAFINES
Parecidos, pero no iguales Serafines y querubines constituyen las dos jerarquías angélicas más próximas al Señor. El nombre de los primeros significa “los ardientes”, porque el Creador los hizo de puro fuego, y el de los segundos quiere decir “plenitud de conocimiento”. Los ángeles pertenecientes a estos dos coros son verdaderamente espectaculares, aunque la iconografía religiosa los confunde con frecuencia. Según describe Isaías, los serafines tienen seis alas cada uno: con un par se cubren el rostro, con otro los pies y con el tercero vuelan “de acá para allá”. Los querubines, por su parte, fueron descritos por Ezequiel como seres que tienen el cuerpo y las alas llenos de ojos. Además, en ellos ve lo que se conoce como tetramorfos, ya que, aunque uno de los querubines mantiene su cara de ángel, pero un segundo la tiene de hombre, la cara del tercero es de león y la del cuarto de águila. Una visión similar reflejará San Juan en el Apocalipsis, aunque en su tetramorfos habrá un hombre, un león, un becerro y un águila, cada uno con seis alas llenas de ojos. Esta representación zoomórfica ha llevado a muchos investigadores a buscar la imagen original de los querubines en otras configuraciones híbridas, como la de las esfinges. Un antecedente podría ser la figura de los lamassu babilónicos, esos seres altivos con cuerpo de toro o de león, alas de águila y noble rostro de hombre barbado.
EL DUALISMO DE ZOROASTRO: Ormuz y Ahrimán
La primera y más estructurada formulación religiosa del bien y el mal surgió en la antigua Persia, elaborada por el reformador religioso Zoroastro hacia el año VII a.C. Establece que el dios supremo Ahura Mazda creó dos dioses menores, hermanos gemelos, que se ocuparon de hacer surgir el mundo: Ormuz, que representa el bien, y Ahrimán, que es el emblema del mal. En esta formulación del dualismo mazdeísta se encuentran ya muchas características que influirán siglos después en las concepciones del bien y el mal de otras religiones. Por ejemplo, se considera que Ormuz nació de la luz, mientras que Ahrimán, nacido de la oscuridad, lleva por título Príncipe de las Tinieblas. Pasado el tiempo ese título distinguirá a otros señores del mal, incluido el Satán hebreo. También en el mazdeísmo los mundos opuestos de la luz y de la oscuridad estaban en guerra desde el inicio de la creación. Cada bando tenía su ejército. En el de la luz, Ormuz creó seis dioses de benéfica actividad: el dios de la bondad, el de la verdad, el de la equidad, el de la sabiduría, el de la prosperidad y el de la belleza. En el de la oscuridad, Ahrimán también creó seis ayudantes maléficos: la mala intención, el fuego destructor, la flecha de la muerte, el orgullo, la sed y el hambre. Y se inició el combate.

0 comentarios:

Publicar un comentario